martes, 30 de abril de 2013

Comunicación de bolsillo: El paraguas, ese arma de destrucción masiva

Comunicación de bolsillo: El paraguas, ese arma de destrucción masiva: Hoy me ha ocurrido algo curioso. Un policía local me ha invitado a dejar mi paraguas fuera del salón de plenos del Ayuntamiento de Jaén. - ...

El paraguas, ese arma de destrucción masiva

Hoy me ha ocurrido algo curioso. Un policía local me ha invitado a dejar mi paraguas fuera del salón de plenos del Ayuntamiento de Jaén.
- ¿Por qué?.- he preguntado
- Porque todo el mundo lo hace.- ha respondido
Cuando un policía te pide que dejes tu paraguas fuera de una estancia concurrida, no piensas que en su mente esté el cuidado de las alfombras ni la libertad de movimientos que otorga no cargar con un armatoste. Así que le he dicho:
- No voy a hacer nada con el paraguas.
- Puede que usted no, pero se le puede ocurrir a otros.
He claudicado. No tengo intención de que mi paraguas sea prueba en un sumario por agresión. Ha sido una de esas conversaciones en las que a buen entendedor... ¿me siguen? Así que he empezado a otear el interior de la sala para imaginarme que ocurriría si se llegara a consumar la presunción que deduzco de las palabras del guardia, se agita el ambiente, alguien -que haya escudriñado cuantas armas de destrucción masiva con varillas hay en la sala- moviliza a sus secuaces y, con agilidad felina, se hacen con ellas para emplearlas en una suerte de 'Toma de la Bastilla Jaenera'... Como en los institutos de Estados Unidos pero en versión íbera, a paraguazos.
Ya sé que este blog va de comunicación. Y lo que me asusta es la comunicación no verbal. No esa que dice que si cruzas los brazos eres desconfiado, sino esa cadena de sobreentendidos que nos convierte en sospechosos por utilizar paraguas en un día lluvioso. Ese mensaje implícito que nos genera un sentimiento de culpa y nos impide contradecir una orden policial aunque la consideremos, como poco, extraña. Está claro que algunos mensajes vienen condicionados por el mensajero. Si me lo pide un ordenanza igual pienso: ¡mira que detalle! A lo mejor en este caso importaba más el mensajero que el mensaje. Voy a pensarlo un ratito más.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Un mal día lo tiene cualquiera

En estos días de cónclave vaticano no dejo de pensar en una frase bíblica: "Por sus obras los conoceréis". O la variante castellana: "Obras son amores y no buenas razones". Me gustan mucho las dos (reconozco que más la local que la celestial), porque me remiten a la base de la comunicación no verbal: la de los gestos, que no tiene que ver siempre con la forma en que se colocan las manos.
Lo que decimos es muy importante y también cómo lo decimos. Pero lo más importante es la realidad que retratan nuestras palabras.
¿De verdad, de verdad, el PSOE cree que lo de Ponferrada ha sido sólo un error? ¿De verdad, de verdad, Oscar López es absuelto con sólo pedir perdón? ¿De verdad, de verdad, piensan que las mujeres van a creerles cuando hablen de igualdad? ¿De verdad, de verdad, pueden pedir que dimitan otros por sus errores? Igual la respuesta a todas las preguntas es afirmativa.
Los hechos cantan:
Una moción de censura no se negocia en cinco minutos, no es algo precipitado. Me resulta complicado creer que el PSOE no valorara quién era la persona que ofrecía su apoyo para arrebatar el poder a quienes le apoyaron cuando fue denunciado por acoso y le abandonaron cuando se demostró su culpabilidad.
El caso Nevenka no fue una raya en el agua sino un terremoto político con consecuencias claras. Sobre todo para la víctima que ha tenido que dejar su entorno por ejercer su derecho a la protección que merecía. Lo que la convirtió en víctima de una doble injusticia y a su agresor le dejó abierta la vereda para volver 'a liarla parda' en el salón de plenos.
Y de esos hechos se desprenden muchas lecturas:
¿Coincide el PSOE ideológicamente con Ismael Álvarez? ¿Condena el PSOE el acoso sexual? ¿Cree el PSOE que el poder debe mantenerse a cualquier precio? ¿Las decisiones en un partido de izquierdas las toma una sola persona? De la actitud de Oscar López se desprende que hay coincidencia ideológica, que no se condena el acoso sexual, que todo vale para acceder al poder y que su opinión basta para decidir. Si esos principios están en el ideario socialista, entiendo que le mantengan el apoyo. Si quieren lanzar un mensaje distinto a la sociedad, deberían hacer algo serio. Por lo pronto no darle poder y mandarlo a hacer un cursillo intensivo, como a los conductores infractores, para recordar por qué está ahí y cuales son las ideas que impulsan el proyecto. Y no renovarle el carné hasta que supere las pruebas. Que yo creo en la reinserción ¡eh! A lo mejor no es el único al que deberían reciclar.
Perder la representación municipal en una ciudad es el precio que ha pagado el partido pero ¿no le van a pedir cuentas personales a nadie? El refranero dice: "El que la hace la paga y se lleva los tiestos a su casa".
Verán, un mal día lo tiene cualquiera, pero si ese día es el que te toca hacer una entrevista de trabajo, no te dan el empleo. No hay segundas oportunidades para muchos ciudadanos que, a diario, tienen que empezar desde cero y reinventarse para seguir adelante. Estaría bien que a alguien, en política, en este país, le pasara lo mismo que al común de los mortales. Así, quizá algún día, cuando algún político nos pida que le creamos, estaríamos dispuestos a creerlo. Ya saben: "Obras son amores y no buenas razones".
Miedo me da que el refranero trabaje tanto...

martes, 26 de febrero de 2013

Cine y elocuencia


A menudo, en las intervenciones públicas de los políticos echo de menos la elocuencia. Esa capacidad de transmitir en una sola frase un argumento que convenza de sus intenciones, que implique a quien le escucha, que haga sentir y que esos sentimientos sobrevivan al análisis crítico por su viabilidad y compromiso. Un texto casi cinematográfico que defina una estrategia como aquel  ‘no volveré a pasar hambre’ de Escarlata O’Hara. Ya sé que en política no todo el mundo es Martin Luther King o, en la variable hispana, Emilio Castelar. Pero lo echo de menos.
Últimamente, sin embargo, cada vez que nuestros políticos abren la boca no dejo de pensar en los Hermanos Marx. En ese discurso,  de poco más de una docena de palabras ordenadas de una manera farragosa, tanto, que sólo queda la opción de reírse.
La última en llevarme a esa conclusión ha sido la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal. Su intento de defender el final de la relación laboral de los populares con Bárcenas ha sido realmente extraño. Será que su referencia en la construcción de explicaciones también será hispana y en lugar de recurrir a la familia Marx (algo habrá en su inconsciente) ha preferido optar por la versión hispana: los Ozores, en este caso el genial Antonio Ozores.
El problema es que a nuestros políticos se les olvida que los Marx y los Ozores hacían/hacen cine, que arrojan luces críticas sobre las sombras de sus acciones. Sin embargo, el mensaje de Groucho, como el de Ozores, no está en las palabras sino en el tratamiento que de ellas se hace para explicar que, en ocasiones, se hace un uso retorcido para esconder, o no abordar, lo que realmente interesa.
Lo terrible es que no alcanzo a entender el mensaje de Cospedal. Y me temo que no soy la única ¿Lo hizo a propósito para que no la entendamos o se prepara para un casting? Será lo segundo, ya sabemos la querencia del PP por el cine español.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Mensajes relevantes

Llevo un par de días dándole vueltas a la forma en la que el Papa ha anunciado su renuncia: sólo había un pequeño grupo de periodistas -porque no se esperaba mucho de la comparecencia pontificia- y sólo una hablaba latín, la única que tuvo la noticia de primera mano, ya que el resto tuvo que esperar a la traducción. Así que Benedicto XVI, el primer Papa con cuenta en Twitter ha acaparado los medios on y off line durante los últimos días sin utilizar una gran parafernalia mediática. Ni siquiera una lengua viva.
La curiosidad me lleva a rastrear su Twitter y no aparece ni un atisbo dimisionario, en lo que alcanzo a leer. No sé si interpretarlo como un gesto de humildad cristiana que le impide usar esa cuenta para proclamas personales. En cualquier caso viene a demostrar que la fuerza de un mensaje tiene tres elementos indispensables: su contenido, su emisor y su veracidad. 
Ser el primer Pontífice romano en siete siglos que arroja la toalla convierte la noticia en una bomba. Ser el líder espiritual de una religión con 1.200 millones de seguidores en el mundo también le da empaque al mensaje, porque garantiza la repercusión internacional. Y empezar a preparar los trastos para la retirada, garantiza la credibilidad. En cualquier idioma y en cualquier medio. 
Está claro que para llamar la atención de la audiencia y 'viralizar' el discurso que queremos transmitir no importa lo complejo del código si el mensaje es claro, su contenido relevante y demostrable y el portavoz es creíble. Así que si nuestros políticos quieren que creamos sus mensajes sobre 'lo aislado' de los casos de corrupción, deberían empezar a ser más contundentes en sus mensajes. 
Cabría pensar que, como en el caso del Papa, se expresan en latín y a día de hoy son pocos quienes lo entienden. Igual deberíamos analizar si los asuntos que tratan carecen de relevancia. O si es que no tienen tantos 'followers' espirituales como Benedicto XVI. Porque ¿caben dudas sobre la veracidad de sus palabras?

jueves, 7 de febrero de 2013

Gestión de crisis

Cada vez me parece más dramática la gestión de las crisis en este país que habito. Yo creo que las palabras no se las lleva el viento, más bien son el instrumento con el que retratamos nuestros pensamientos. A veces son acertadas y a veces no, como cualquiera de nuestras ideas. Tener la mente abierta es la clave para revisarlas, reforzar lo que hacemos bien, corregir lo que hacemos mal y buscar nuevas alternativas. Vamos, de manual de vida. 
En la política, parece que es al revés: Hago algo; lo reafirmo; si la cago, niego la mayor y si acierto, miel sobre hojuelas y me postulo para el Nobel. Pero nada de rectificar, que eso es de cobardes. 
Nuestros políticos saben que no los apreciamos y que los identificamos con la corrupción. Pero no se dan cuenta de que son ellos mismos los que nos han inoculado una desconfianza extrema para llegar al poder. 
Carlos Floriano, vicesecretario de organización del PP admitía ayer que su partido estaba dispuesto a desnudarse "ante los jueces pero no ante Rubalcaba" ¿Por qué sólo ante los jueces? Le pese más o menos, le guste más o menos, Rubalcaba representa a los españoles. Así que deben rendir cuentas y ante todos estamentos en los que está delegada la soberanía popular. No es optativo.
Es más, no tienen mucho de qué preocuparse. Es difícil que Rubalcaba les sorprenda con un planteamiento original ante su "desnudez" política. Su aportación al barullo del caso Bárcenas se ha limitado a un 'váyase señor Rajoy'. No sé si Aznar o sus asesores de hace 20 años cobrarán derechos por esta idea pero deberían planteárselo. Creo que en la memoria colectiva de la comunicación quedará tan anclada como aquel 'puedo prometer y prometo' de Adolfo Suárez. Eso sí, esta máxima ha sido menos versionada.  
Esto me lleva al aspecto más preocupante de todos: ¡Qué poco originales son! Dejan la investigación en manos de los tribunales (como si ellos no supieran que legal y justo no son sinónimos), se enzarzan en una pugna infinita de 'y tú más' y, al final de la jornada, se van a casa con la sensación del deber cumplido. Han reforzado su pensamiento, se han enfrentado a su rivales y han mantenido su empleo. Pero ¿eran esas las cosas por las que nos pidieron el voto? Está claro que están gestionando mal las crisis: la ideológica, la política, la económica... Deberían revisar sus ideas antes de lanzar sus mensajes. 

martes, 29 de enero de 2013

Batalla de ratas


Los seres humanos somos asombrosos, capaces de renunciar a un riñón para salvar una vida o de lanzarnos ratas muertas por diversiónEl refranero, que algunas veces es muy sabio, dice que ‘obras son amores y no buenas razones’. Esto me hace darle vueltas a quienes somos (los seres humanos) en función de nuestras obras. Y da miedo.
En El Puig (Comunidad Valenciana) hacen una fiesta para lanzarse ratas. Hasta 1996, eran ratas y conejos vivos. A pesar de las prohibiciones, por lo antihigiénico de la distracción y la protección a los animales, este año han repetido. Eso sí, no matan a las ratas, recogen sus cadáveres y los congelan para la fiesta.
Aunque parezca surrealista me da qué pensar sobre los liderazgos españoles. A menudo captamos la atención por las cosas que lanzamos con fuerza (balones, tomates, ratas…), pero la naturaleza de lo que lanzamos y las razones por las que lo hacemos dicen mucho de nosotros.
Comunicarse es complicado. Primero hay que tener algo que decir, después valorar que sea relevante y, por último, ser muy preciso al explicarlo, para que no induzca a error. Y la comunicación no siempre es verbal y argumentada.
Lanzar un balón para ganar un campeonato mundial de balonmano (de fútbol, de baloncesto) habla de esfuerzo, preparación, sacrificio, dedicación, espíritu, cooperación…
Pero lanzar una rata muerta… A lo mejor no capto el mensaje. A lo peor, dentro de nosotros vive un bicho no evolucionado cuyo cometido social es lanzar cosas y como nadie le puso un balón a tiempo… Cambió el cuero por un roedor. Lo dicho, miedo me da. 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Políticos 1.0, o menos

Ni Rajoy ni Rubalcaba han admitido hoy preguntas en sus intervenciones ante los medios de comunicación, previas al acto institucional para conmemorar 34 años de Constitución. Es curioso cómo la política y la sociedad cada vez viven más en realidades paralelas. Los ciudadanos creamos redes (reales o virtuales) para crecer, para sostenernos, para tener ideas, para llegar a fin de mes, para trabajar, para pensar, para solidarizarnos..., para todo. Somos conscientes de que la realidad es 2.0, es decir, democrática y participativa. Ya no valen los mensajes unidireccionales, los monólogos 1.0. La clave del 2.0 es el diálogo.. Sin embargo, el 'no hay preguntas' sigue creciendo entre la clase política. Intervenciones largas y tediosas, a menudo inconsistentes y, por supuesto, pensadas para soslayar las preguntas: unas veces porque el aburrimiento ha hecho mella en los interlocutores, otras apelando a la falta de tiempo.
Sin embargo, son estrategias pensadas casi siempre para proteger a quien habla de quienes preguntan. Cómo si sólo hubiera obligaciones constitucionales en un ala de la sala de prensa, como si las preguntas fueran innecesarias, como si quien habla dominara toda la información precisa y su discurso  no fuera cuestionable.
O sea, como vivir en el siglo XX de la comunicación, ahora que ya avanzamos por la segunda década del XXI.
Nuestros políticos son como páginas web corporativas de la era 1.0. Muchos gadgets, mucha información, pero para comunicarnos con ellos nos envían al foro y nos obligan a rellenar un formulario. Su discurso hará aguas mientras no tengan claro que, por muy capciosas que sean las preguntas del mensajero, lo que los definirá será la magnitud de sus respuestas. Para ser 2.0 no basta con abrir una cuenta en facebook, hay que usarla. En la comunicación ocurre igual: no basta con tener un mensaje, hay que defenderlo y eso sólo ocurre cuando lo compartes, lo juzgan, te plantean dudas, lo enriquecen, lo transformas... O sea, dialogando. Incluso con periodistas.

jueves, 22 de noviembre de 2012

El sentido común como instrumento de comunicación

Veo en 'El huffington post" que Arturo Fernández asegura que no ha visto "gente más fea que en las manifestaciones" contra los recortes. El primer arrebato es pensar que cada vez veo más gente sin cerebro opinando en las tertulias. No por lo que piensa, sino por la forma de expresar sus pensamientos. Una puede, o no, estar de acuerdo con las movilizaciones; puede, o no, valorar las acciones de otros, pero hay que pensárselo dos veces antes de actuar con arrebato y no medir lo que un comentario dice de nosotros, más allá del significado de las palabras.
En el caso de que el comentario de Fernández fuera cierto ¿qué habría que hacer? ¿esconder a todos aquellos que rompen los ideales clásicos de belleza? ¿impedir a las personas feas que opinen? ¿limitarles el acceso a la libertad, la cultura, la educación, el empleo, la sanidad... para que no nos afeen los espacios públicos? Eso por entrar en un debate mucho más complejo, definir la belleza o demostrar científicamente que razón y guapura son sinónimos, que no dejaría de tener su interés para desmontar otras teorías absurdas como la asociación rubia-descerebrada.
Decía en la anterior entrada que un buen comunicador necesita empatía para ponerse en la piel de otro y saber cómo llegarán sus palabras. Y la empatía necesita el uso adecuado y persistente una herramienta: el sentido común.
Algunas de nuestras ocurrencias pueden tener mucho éxito en la barra de un bar, frente a un grupo de amigos. Pero en un medio de comunicación, el público no le conoce en profundidad, no tiene la cercanía y solidaridad que otorgan la amistad, y nadie, por mucho que comparta sus ideas, admitirá que su hijo es feo.
El sentido común dicta argumentos razonables como: no digas de otro lo que no quieras que digan de tí. O lo que es lo mismo: antes de decir algo, cuenta hasta diez y valora si realmente eso que dices es lo que quieres decir. Porque asumir nuestros argumentos es una buena forma de defenderlos. Y de retratarnos.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Hablar por hablar

El lenguaje es uno de los rasgos distintivos del ser humano. Indispensable, en su forma verbal o gestual, para  transformar en signos identificables por otro, u otros, todo aquello que queremos o necesitamos expresar. Es un acto de voluntad, a pesar de lo incontenible que resulta para muchos.
Sin embargo, es muy habitual que pensemos que nos malinterpretan, que lo que decimos no llega en la forma en la que lo concebimos o que se tergiversa lo que contamos.
El primer ejercicio de un buen comunicador es de empatía. Tiene que ponerse en la piel de otro, en la cabeza de otro, en el oído de otro... Y saber exactamente como suenan sus palabras en estos contextos. Unos contextos que la tecnología ha transformado a un ritmo vertiginoso. Hace poco más de un siglo sólo nos comunicábamos cara a cara o a través del papel impreso. Ahora existen aparatos que registran y reproducen nuestra voz y nuestra imagen, y canales que permiten que cualquiera, en cualquier momento, pueda ver e interpretar nuestro mensaje. Por eso ahora, más que nunca, se hace indispensable ser precisos en nuestra comunicación, porque la velocidad a la que vivimos no deja lugar a matices en el hablar por hablar.